
Las transformaciones de Juan Domingo Perón —del militar reservado al líder carismático, del hombre privado al “General”— no pueden comprenderse sin las tres mujeres fundamentales que lo acompañaron a lo largo de su vida: Aurelia Tizón, María Eva Duarte y María Estela Martínez Cartas. Al poco tiempo de casarse con la tercera, él mismo lo admitió: “A mí me gustan las mujeres y estoy contento de que me sigan gustando. No he incurrido nunca en hipocresías al respecto, y jamás pude vivir sin una mujer. Yo siempre necesité a una mujer”.
Al margen del mito de que era un «conquistador», Perón se caracterizó por la fidelidad y el respeto hacia sus parejas. Para él, la compañía, el afecto y la cercanía emocional estaban por encima de lo erótico. En una de las pocas veces, cuando le preguntaron sobre el tema, fue muy claro: “No tengo preferencia por un tipo determinado de mujer, no puedo decir las prefiero altas o me gustan sólo las enérgicas, más bien puedo resumir diciendo que me gusta la mujer útil”.
Sus relaciones nunca estuvieron separadas de la política. No intentó esconderlas, y esa exposición le costó caro tanto a él como a sus esposas. El poder siempre terminó pesando más que el amor. Así, entre el hombre que era en privado y el líder público, aparecen ellas, a quienes siempre recordó con cariño:
Aurelia Tizón, el primer gran amor de Perón
La primera etapa en la vida de Juan Domingo Perón estuvo marcada por una relación discreta pero intensa: la que tuvo con su primera esposa, Aurelia Gabriela Tizón, a quien todos conocían como “Potota”. Algunas versiones dicen que se conocieron en una recepción para oficiales en los cuarteles de Palermo—eran varias las versiones sobre ese primer encuentro—, otros aseguran que coincidieron en una función de cine en el Capitol de Avenida Santa Fe, donde se proyectaba El hijo del Sheik, y una tercera, la más romántica, cuenta que ocurrió en 1926, en los bosques de Palermo.
Aunque el relato más vívido pinta la escena así: Perón, todavía un joven oficial, montaba a caballo con su uniforme blanco cuando vio a Aurelia, que estaba junto a sus compañeros de la Escuela Prilidiano Pueyrredón, dibujando paisajes para un trabajo práctico, y ella intentaba captar la forma de un jacarandá cuando él se acercó y, sin rodeos, le dijo: “Perdón mi atrevimiento, usted me deslumbró, primero con su belleza y después con su dibujo”. De ese primer encuentro surgieron otros, hasta que finalmente se casaron el 5 de enero de 1929 y tuvieron su luna de miel en Bariloche.
Mientras preparaba su ajuar, Aurelia le confesó a su hermana que no dudaba del paso que estaba por dar, pero sí temía lo que vendría. “Lo quiero mucho, pero él tiene la cabeza fuera de mí. Es un militar y no piensa más que en las cosas de su carrera”, le dijo. Y no se equivocaba: Perón se casó enamorado, pero su profesión ocuparía siempre el primer plano.

La joven Tizón era menuda, rubia, distinguida y con talento para el arte y la música. Se había recibido de maestra en el Colegio Nuestra Señora de la Misericordia, en Cabildo, aunque nunca pensó en dedicarse profesionalmente a sus dotes artísticas: como a muchas mujeres de su época, la habían educado para formar una familia y acompañar a su marido.
Aún la relación muestra un costado de Perón mucho más íntimo, lejos de la figura política que vendría después, con ella él no era el militar ni el futuro líder, sino simplemente “Juan”, y no es casual que la describiera como “el amor de mi vida, la mujer que más amé”. Pero había algo que atravesaba la intimidad de la pareja: la imposibilidad de tener hijos: un accidente en 1913, cuando era cadete del Colegio Militar, le provocó una lesión en la zona genital que lo dejó estéril.

Décadas más tarde, en 1972, ya en plena vuelta al país, el periodista Jorge Conti le preguntó en una entrevista por qué nunca había tenido descendencia. Perón respondió: “Porque no he tenido la suerte de poderlos tener”. Esa frase, breve y resignada, alivió un poco la angustia de Potota, pero no su desilusión: hasta el final lamentó no haberle podido dar un hijo.
Poco duró la historia de Aurelia: el diagnóstico de cáncer de útero la obligó a regresar a la Argentina desde Chile, donde estaba con Perón, que cumplía funciones como agregado militar y aeronáutico, y murió el 10 de septiembre de 1938, con apenas 36 años. Al principio fue enterrada en la bóveda de su esposo, en Chacarita —el traslado posterior al Cementerio Municipal de Olivos es otra historia—, y sobre su tumba quedó grabada una frase elegida por Perón: “Señor, os habíamos suplicado que prolongases sus días, pero la habéis llevado a una vida mejor».
Eva Duarte, la líder de los sectores populares
La vida del líder justicialista cambió para siempre cuando apareció María Eva Duarte, ya conocida en Buenos Aires como una de las grandes figuras del radioteatro y presidenta de la Asociación Radial Argentina —si dejamos de lado los romances y rumores que se le atribuyeron con la italiana Giuliana dei Fiori y María Cecilia “Piraña” Yurbel—. A partir de su encuentro en 1944, durante un festival benéfico en el Luna Park en apoyo a las víctimas del terremoto que había arrasado San Juan, compartieron la cena y, según todos los relatos, nunca más se separaron.
A sus ojos, Perón veía en Eva a una mujer excepcional, una auténtica “pasionaria”, con una voluntad y una fe comparables a las de los creyentes. “No bastaba con ayudar a la gente de San Juan, debía trabajar por los desheredados argentinos”, decía él. Evita, como todos la empezaron a llamar, tenía una agenda apretadísima: tres programas diarios y la filmación de una película, y al año siguiente su ritmo sería aún más intenso. Pero la política llegó sola: su compromiso social y gremial la llevaba a involucrarse en lo que más tarde sería su legado.
De hecho, antes de casarse formalmente, ya vivían juntos, aunque mantenían la formalidad de tener departamentos separados en el mismo edificio de Barrio Norte. Luego de unos días del histórico 17 de octubre, celebraron el matrimonio civil el 22 de octubre de 1945, en una ceremonia sencilla, casi íntima, rodeados de familiares y algunos amigos cercanos.


Lo que unió a Perón y Eva no fue solo el afecto, sino también la ambición y un proyecto político compartido y decidido. En su libro La Razón de mi vida, ella lo dejó claro: “Nos casamos porque quisimos y nos quisimos porque queríamos la misma cosa. Pero no sabría decir qué amo más, si a Perón o a su causa; para mí es todo un solo amor”. Su influencia política fue enorme y constante. Incluso se dice que, en muchos sentidos, Eva era superior a Perón, aunque nunca dejó que sus propias aspiraciones personales compitieran con él, como cuando no aceptó ser su fórmula vicepresidencial en 1951.
Apenas con 28 años y como Primera Dama, Eva emprendió en 1947 la famosa “Gira del Arcoíris” por Europa, visitando España, Italia, Suiza, Francia, Portugal, Mónaco y el Vaticano, con el objetivo de consolidar el peronismo internacionalmente y fortalecer su imagen en Argentina. Después de recibir el entusiasmo de la sociedad franquista en España y una audiencia con el Papa Pío XII en Roma, donde le entregó un rosario de oro y elogió la obra de Perón, la gira reforzó el mito de Evita tanto dentro como fuera del país.



La vuelta de Eva a Argentina marcó un antes y un después en su compromiso político: impulsó la Ley 13.010, conocida como la “Ley Evita”, que reconoció el voto femenino y abrió la posibilidad de que las mujeres ocuparan cargos políticos a nivel nacional. En un discurso histórico en la Plaza de Mayo, llamó a las mujeres a luchar contra la injusticia y la sujeción, y su trabajo con el Partido Peronista Femenino fue clave para que Perón lograra el 63% de los votos en las elecciones.
Cuando alcanzó la cima de su poder, Perón le dio el título de “Jefa Espiritual de la Nación” en su cumpleaños 33. Pero, como muchas historias de amor en su vida, terminó de manera trágica: Eva murió de cáncer de útero el 26 de julio de 1952, con apenas 33 años, un destino que guarda una extraña coincidencia con la de su primera esposa.
Isabel Martínez, la heredera que cargó con el legado peronista
La muerte de Evita dejó una marca profunda en Perón, y pocos años después, enfrentó un golpe de Estado durante la llamada “Revolución Libertadora”, que lo derrocó y lo obligó a exiliarse en 1955. Buscó refugio primero en la Embajada de Paraguay en Buenos Aires y luego partió oficialmente a bordo de una cañonera paraguaya, iniciando un periplo que lo llevó por Panamá, Venezuela, República Dominicana y finalmente Madrid. Desde allí continuó dirigiendo el movimiento peronista y planificando su regreso a Argentina, mientras mantenía contacto con militantes y seguidores desde el exterior.
A la Navidad de aquel primer año en Panamá, Perón asistió con un grupo de amigos a un espectáculo de ballet folklórico argentino. Al finalizar la función, saludó a los artistas y los invitó a pasar un día en el balneario María Chiquita. Entre los jóvenes bailarines estaba María Estela Martínez Cartas, una mujer de veinticuatro años que integraba el ballet estable del Teatro Cervantes y que ya utilizaba su nombre artístico: Isabel.
Después de ese encuentro, Isabel comenzó a visitar al General y en una de esas charlas le confesó que no pensaba continuar con el ballet. Entonces le ofreció ayuda: “General, ¿no necesita usted una secretaria? Yo podría ayudarle, incluso como camarera o algo así”. Perón aceptó, aunque advirtió que no podía pagarle: “No importa”, respondió ella.


La relación, nacida en el exilio, fue un intento de Perón de llenar el vacío dejado por Evita, mientras Isabel buscaba la aceptación del entorno del General hasta lograr integrarse a su vida cotidiana y ser reconocida como “señora”. Al cabo de cinco años de convivencia, se casaron el 5 de enero de 1961 en Madrid, aunque hay versiones que ubican la ceremonia en la iglesia de la Virgen de la Paloma y otras en la casa del médico Francisco José Flores Tascón.
Acerca de los motivos del matrimonio se formularon diversas hipótesis: algunos creen que buscaba levantar la excomunión que el Vaticano le había impuesto décadas atrás, otros que necesitaba una enfermera permanente en la vejez. Sin embargo, existen indicios suficientes para afirmar que, como con sus anteriores esposas, Perón se casó porque quiso y la amó a su manera, con un afecto marcado por la edad y la experiencia.

Cuando regresaron a Argentina en 1973, sabían que aquel regreso definitivo no traería paz. La fórmula Perón-Isabel Perón ganó las elecciones con el 61,85% de los votos, una de las victorias más contundentes en la historia electoral argentina. Tras la muerte de Perón el 1 de julio de 1974, Isabel asumió la presidencia, convirtiéndose en la primera mujer en la historia mundial en ocupar la jefatura de Estado y de gobierno de una república con sistema presidencial.
Su gobierno heredó una situación extremadamente complicada: alta inflación, desequilibrios fiscales, malestar laboral y violencia política protagonizada por grupos armados revolucionarios y parapoliciales. La vicepresidencia que había ocupado antes fue prácticamente simbólica y limitada por su falta de experiencia política. Fue arrestada y permaneció bajo arresto domiciliario durante cinco años antes de exiliarse en España en 1981, donde mantuvo un perfil bajo.

